sábado, 7 de marzo de 2009

"NO ME DEIS ENVIDIA"





Fuera hace frío. Hasta hace unas horas no paraba de llover, pero un revoloteo de palomas al sonar el reloj devuelve la esperanza de una primavera que está a punto de llamar a las puertas.

Él entra, tiene tiempo. Aún faltan unas horas para el ensayo. Va de camino, con su costal bajo el brazo y, como tantas veces, siempre hay cinco minutos para hablar un rato con Ella. Se conocen, no hacen falta ya presentaciones. Entra en su casa con la misma naturalidad con la que pasa a un sitio conocido. Sabe que siempre va a estar allí Ella, al fondo, sentada en su silla dándole la espalda al río que se esconde. Tampoco necesita mucho tiempo para contarle sus cosas, porque en el fondo sabe que Ella ya las conoce. Alrededor, los labios tiemblan en oraciones que saben de súplicas y promesas, pero sobre todo de Angustias.

Es tarde de Cuaresma, de esas que el corazón de los cofrades sabe diferenciar en el laberinto del calendario. Terminan su conversación. Él se da la vuelta y sale, se aleja con el alma ya reconfortada y sintiendo en su frente el mismo calor que dejó prendido el beso de su madre la última vez que la Semana Santa pasada se metió debajo del paso. Ella, asomada a su balcón de mármol, le ha dado la bendición y le ha gritado por lo bajito “venga de frente, valiente”.

Me quedo yo sólo con Ella, contándole también mis cosas, por si todavía no se ha enterado de alguna. Ella me habla, me reconforta, me da aliento y me da vida, me dice que quisiera quitarme cosas de la cabeza… y yo la comprendo y le dejo también allí, a sus pies, mis Angustias. Pero hoy, la veo que quiere decirme algo, que quiere sacarme el tema y no sabe como… Son tantos años ya, que al final nos hemos llegado a conocer bien. Me doy cuenta que no se atreve, que no sabe si decírmelo o no. Le pregunto qué le pasa y al final me responde: “Tengo envidia por no tener un paso de palio… y una cuadrilla debajo”. Me quedo parado. ¿Envidia? ¿Puede sufrir también Ella de envidia?. Se sonroja al leer mis pensamientos, y me dice que sí.

La Virgen de las Angustias
quiso dejar su Carrera,
dejar corona de Reina
y su manto de cenefas,
olvidar gritos de vivas
y los trajes de chaqueta,
soñando tener capirotes
y pisadas nazarenas,
y un paso palio chiquito
muy cuajadito de velas,
con treinta hombres debajo
dispuestos para mecerla
cuando alguien en el balcón,
o en un rincón en la acera,
le rece ave marías
entonándole saetas.

Yo me quedo… que no se que decirle. La miro, y le sonrío con gesto de cariño. Ella me mira, (siempre lo hace), y sin que yo le diga nada me conforta: “¿Y tu, también tienes envidia?” Y le digo que sí, que también quiero un costal y unas alpargatas, y una faja debajo del brazo, y una parihuela de madera donde meterme junto a mis amigos, que son como hermanos, y subirla a Ella hasta esos cielos que conoce. Que yo también sueño ser costalero.

Madre, quiero ser costalero.
Costalero de faja ancha,
alpargata y sentimiento.

Madre, quiero ser costalero,
meterme en las parihuelas,
echar rodillas al suelo,
estirarme el costal,
sentirte sobre mi cuello
y decirte mil piropos
al compás de los racheos
que suenan como tu himno,
tu himno de costaleros.

Madre, quiero ser costalero
y llevarte por Granada,
muy despacio y con esmero.
Trabajar hombro con hombro,
con el Tiri, los gemelos,
con Carlitos, o con Christian,
o ayudando en el costero
a Pablito Salmerón.
¡Qué cuadrilla de toreros
con los que poder trabajar
e irme contigo al cielo!

Le digo eso y Ella me sonríe, que también sonríe la Patrona entre sus Angustias… Nos damos las buenas tardes y Ella se queda allí, mirando hacia la puerta, tal vez soñando con ver pronto pasar por delante un paso de palio. Yo salgo a la calle, y en cuanto vuelvo a ver a un costalero camino de un ensayo, con su andar ligero y faja y costal enrollado debajo el brazo, pienso que no soy el único que siente envidia.

Texto: Fernando Arguelles.

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